¿Quién no ha soñado con un chacal? ¿Cuántas mujeres engañadas como yo no han llevado a la realidad su fantasía de liarse con un hombre de aspecto rudo y varonil, de preferencia moreno? He aquí un homenaje al chacal.
Como dice la canción de Paquita la del barrio: “Arrabalera me llaman, porque vendo mis caricias, porque no me importa nada, el sentir del corazón. Arrabalera me llaman, y no saben que la suerte y el destino de las gentes lo decide sólo Dios. Arrabalera me llaman…”. Y como arrabalera que soy, también me encantan los chacales. Por eso no dejo de ir al Spartacus y a cuanto antro arrabalero se me atraviese, y por la misma razón le tengo tanta envidia a las vestidas (llámense travestis) que se consiguen esos mayates hermosos.
Cuánta razón tiene Fernando Díaz, reportero de Anodis, en su pieza “Las fantasías sexuales de los gays”, donde por supuesto figuran los chacales: “Albañiles, plomeros y camioneros con aspecto brusco, vulgar y en algunos casos varoniles, caben en esta categoría. Sus rasgos sexuales, que los describen como cachondos o sexys, se prestan excelentemente a una buena fantasía, tanto que sus herramientas de trabajo pueden ayudarte a satisfacer aquel deseo sexual reprimido: embarrarte de mezcla con él mientras te pone a colar el techo, que te cambie el empaque de la tubería o que te meta reversa mientras te enseña la difícil labor de manejar un trailer”. ¡Qué bárbara! Me humedezco sólo de pensarlo.
Pero, ¿qué diablos es un chacal? Mi tía abuela la Monsiváis, que en paz descanse, decía: “En la jerga de los entendidos, el chacal es el joven proletario de aspecto indígena o recién mestizo, ya descrito históricamente como Raza de Bronce [...] el chacal es la sensualidad proletaria, el gesto que los expertos en complacencias no descifran, el cuerpo que proviene del gimnasio de la vida, del trabajo duro [...] es la friega cotidiana y no el afán estético que decide la esbeltez. El chacal tiene por hábito [...] sentirse ampliado, deseado así nadie lo contemple [...] El chacal no mira para no regalar su mirada, pero se deja mirar para ascender en su autoestima [:::] las camisetas entalladas, los jeans ajustados y convenientemente rotos, las gorras de béisbol, el perfeccionamiento de la mirada hostil o indiferente que sin embargo invita [...] de ningún modo el prostituido, en modo alguno el inaccesible...”
Cuánta razón tenía el escritor que también cultivó el gusto por semejante especie de hombres. Y cuán verdadero es que en México estos varones se dan a raudales. Lo mismo en el puerto de Veracruz, que en Tijuana, Monterrey, Puerto Vallarta, ciudad Nezahualcóyotl, Zacatecas, Aguascalientes, Saltillo…. ¡Ay papá! No hace falta una cartografía para ubicar a estos “hombres que tienen sexo con otros hombres”; están por todos lados.
Sólo tengo un inconveniente: Que los chacales frecuentemente son chichifos (porque buscan provecho a cambio de su compañía o favores sexuales) y no aceptan su homosexualidad o bisexualidad. Tampoco me gusta que, la mayoría de las veces, no son sexualmente participativos y casi todos prefieren a las vestidas. ¡¡¡O sea!!! Una también tiene su corazoncito y demás órganos deseosos de estimulación. Otra mas: ¿A cuántas mujeres auténticas de doble raya estos chacales no las han abandonado por las bien practicadas chambitas de las jotitas y vestidas? Historias se pueden contar por miles, y el relato de un chacal que recién me impactó, vendrá en la siguiente entrega.